Otros enemigos de la dieta: Las vacaciones

Una vez finalizado el XIV Congreso de la SEEDO (Sociedad Española para el Estudio de la Obesidad), en el que se han tratado las perspectivas actuales para abordar el manejo de esta enfermedad, que afecta a 300 millones de personas en el mundo y a un billón de personas con sobrepeso, me gustaría hacer un breve resumen de lo tratado y aportar mi granito de arena en lo que al modo de rebajar esta cifra se refiere; lo que, al fin y al cabo, es lo que buscamos todos los que nos dedicamos a tratar a personas con sobrepeso u obesidad.

Cada vez vamos conociendo más los múltiples elementos que condicionan el hecho de que haya un desequilibrio entre ingreso y gasto de energía: factores genéticos, metabólicos, la microbiota (composición de las bacterias intestinales), el reloj interno, el entorno y sus condicionantes, el tipo de dieta, la actividad física y otros muchos que no voy a mencionar aquí por no entrar en tecnicismos. A medida que se va avanzando en el conocimiento de todos estos determinantes, nos vamos acercando más a la posibilidad de desarrollar una dieta individualizada para cada sujeto y poder determinar su composición concreta en nutrientes. Lo que es evidente es que nuestro organismo aún está programado para sobrevivir en épocas de carestía y no de sobreabundancia de alimentos, por lo que la tendencia natural es a generar depósitos de reserva para cuando “no haya”. En la actualidad, el 60% de la población adulta en los países desarrollados tiene sobrepeso u obesidad y en los países en desarrollo ya alcanza al 30%.

A la hora de intentar revertir esta situación, no todos los individuos se comportan igual: hay quien modificando sus hábitos alimenticios y aumentando su actividad física, consigue normalizar su peso y mantenerlo; pero también están los que, pese a llevar una dieta y realizar ejercicio, no consiguen el objetivo. Para este último grupo, solo quedan dos alternativas (sin prescindir de las anteriores): los fármacos, o la cirugía, o ambos. En lo que respecta a los fármacos, en la actualidad disponemos de algunos que consiguen una disminución de peso relativa y una mejora del perfil metabólico del paciente; pero aún es insuficiente. Se han expuesto en el Congreso diversas vías de investigación, aún en fase experimental, bastante prometedoras.

Como quiera que, en todos los casos de sobrepeso u obesidad, es necesario un replanteamiento en el modo de comer y que éste debe de ser definitivo y no puntual para evitar volver a la situación inicial, voy a centrarme esta vez en otro Enemigo de una Dieta de Adelgazamiento:

LAS VACACIONES

No me refiero a periodos cortos, como puede ser un fin de semana o un “puente”, sino a descansos de dos o más semanas, como las vacaciones navideñas o estivales.

Es un hecho que he ido constatando a lo largo de mi ejercicio profesional y que ha determinado que considere estos periodos como un gran obstáculo para llegar a la meta final, que no es otra que conseguir el peso adecuado y la implantación permanente de una dieta adecuada para poder mantenerlo.

Cuando se inicia un tratamiento dietético, habitualmente se hace con ilusión (aunque se hayan tenido experiencias previas negativas). Si la dieta se adecúa a la persona y es variada y atractiva, pese a la disciplina que exige, lo normal es que se siga de modo riguroso. El ir constatando los resultados, supone un refuerzo para continuar y dejarse guiar, observando fielmente las pautas. Posiblemente, de forma esporádica, se cometa algún “pecadillo”, que tampoco va a alterar seriamente la trayectoria.

Pero ¡Ay! Si antes de llegar al objetivo buscado se interponen las temibles vacaciones, la cosa se complica y mucho. Hay honrosísimas excepciones de personas que se mantienen imperturbables ante los cambios del entorno y sus tentaciones; pero, desgraciadamente, son una minoría. Lo habitual es que se sucumba ante tanto señuelo y se piense: “esto va a ser un paréntesis y ya continuaré cuando vuelva a la rutina”. Y pensado así, no tendría por qué ser tan malo. El problema no reside en lo que se haya podido recuperar (que habrá sido mucho más que si no se hubiera estado previamente a dieta), sino en lo que ocurre al retomar el tratamiento. Con frecuencia, la actitud ya no es la misma. Las pautas ya no se siguen con tanto rigor, se tiende a pensar que ya se ha aprendido y que se puede hacer “más o menos” la dieta. Los “pecadillos” ya no son ni tan “illos”, ni tan esporádicos. Obviamente, los resultados ya no son tan buenos, lo que añade un punto más para la desmotivación. Para terminar de cerrar el círculo, se sigue intentando, aunque sea de forma menos precisa, generándose un cansancio y frustración que, posiblemente, desemboque en el abandono del tratamiento.

¿Y qué podemos hacer para superar este obstáculo? Yo aconsejaría que, en función del peso que haya que perder, si se trata de más de 10 kilos – por poner alguna referencia -, no comenzar el tratamiento si hay algún periodo vacacional próximo. Es mejor esperar a que haya finalizado y empezar después. En el caso de que las vacaciones no estén tan próximas, hay que conocer el peligro que entraña el hecho de interrumpir el tratamiento, y plantearse muy seriamente el modo de poder continuar durante ese periodo con un patrón alimenticio lo más próximo posible al que se haya estado llevando hasta ese momento. Aunque parezca duro, esta táctica tendrá al menos dos beneficios importantes: evitará la recuperación de peso y ayudará a mantener la actitud mental y los hábitos correctos que se han ido desarrollando, lo que facilitará mucho al regreso continuar de forma correcta con el tratamiento.

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