Comer solo resulta aburrido, poco apetecible y puede implicar una situación incluso embarazosa cuando se realiza fuera de casa, en un restaurante. Pero tiene alguna ventaja: se ingiere menos comida.
Por el contrario, cuando se come en compañía pueden darse dos situaciones contrapuestas.
Si se está distraído, se ‘engulle’ cuanto se nos presenta sin tener conciencia de sobrepasar el límite. Si se participa de modo activo en la conversación no se puede comer pues impide hablar y, cuando llegue el momento de retirar el plato, el nuestro se encontrará casi intacto.
Como se explica en el libro La Dieta Gourmet, de las dos posibilidades, la más frecuente es la primera. Comer en compañía significa ingerir más. Cuanto mayor número de comensales, más cantidad se comerá. El profesor de psicología John De Castro demostró que esta tendencia es casi previsible y significa un 35% más que de costumbre cuando es con otra persona. Cuatro personas que comparten mesa, suponen el aumento de lo ingerido en un 75%. En un grupo de siete o más comensales, se come el doble (96%) que en soledad.
El ritmo de la comida también viene determinado por la compañía: se tiende a comer al compás de los otros comensales. Si hay una bandeja de pasteles y mi acompañante toma uno, haré lo mismo. Si al cabo de un rato coge otro pastel, le imitaré aunque no tuviese previsto tomar ninguno.
La familia tiene gran influjo en el comportamiento de sus miembros ante la comida. Puede haber familias que obliguen a sus miembros a comer sin tener apetito (no dejar nada en el plato, comer más para estar «más sano y fuerte», etc.).