Antes de empezar a comer es importante tener en cuenta dos aspectos: cuándo se alcanza el nivel de saciedad y si el plato me resulta atractivo. Esto nos ayudará a disfrutar de la dieta.
El nivel de saciedad depende fundamentalmente de dos factores que informan al centro del apetito: el nivel de glucosa en sangre y la dilatación gástrica.
El nivel de glucosa máximo se alcanza media hora después de haber ingerido el último bocado, por tanto, hasta que no haya transcurrido media hora de haber terminado de comer no sentiremos en su totalidad la saciedad que nos ha generado esa comida.
La dilatación gástrica va a depender no sólo del volumen del plato, sino también de la cantidad de líquido ingerido. Puede ocurrir que bebamos mucho líquido y nos haga interrumpir la comida cuando no habíamos terminado.
También puede ocurrir que tomemos platos poco voluminosos pero con un contenido graso importante y, dado que la grasa retarda el vaciado gástrico, tardará más tiempo en pasar la glucosa a sangre y como el contenido del estómago no es muy voluminoso, inicialmente tendremos la sensación de no estar saciados, sin embargo más tarde nos sentiremos pesados por la grasa.
Por estas razones es importante tener claro antes de empezar a comer cuáles son los alimentos que vamos a tomar y no dejarnos llevar por la saciedad momentánea. Yo lo expreso diciendo que “hay que tener la cabeza puesta” antes de sentarnos a la mesa, tanto en el restaurante, como en casa, como si vamos invitados a otra casa. Además, siempre habrá alimentos que nos atraigan más que otros por lo que, tendremos que planificar una combinación y presentación que nos resulte atractiva.
Como ejemplo podemos plantearnos determinadas verduras que por sí solas no nos entusiasman, pero si las combinamos con algo de arroz o pasta y jamón, gambas, salmón ahumado, queso, carne troceada, etc; podremos tomarlas e incluso disfrutar con ellas y habremos ingerido una comida completa y equilibrada.
Otra modalidad sería combinar las verduras con bechamel elaborada con poca grasa y leche desnatada o semidesnatada y un poco de queso rallado, gratinando.
Así podríamos poner muchos ejemplos más.